¡Marco Aurelio, el estoico vs Petro, el anti-estoico que nos gobierna!

En esta Semana Santa quiero compartir con ustedes unas reflexiones que hice mientras preparaba una sorpresa que publicaré mañana miércoles en mi canal de YouTube, al que los invito a suscribirse https://www.youtube.com/@DELAESPRIELLASTYLE : una entrevista que, gracias a la Inteligencia Artificial, realicé a uno de mis inspiradores de vida, el gran Marco Aurelio.

¡Qué tiempos estos, Colombia! Cuando las tormentas sacuden nuestra tierra, cuando el odio pretende dividirnos y las instituciones crujen bajo el peso de la demagogia, los grandes de la historia alzan su voz para guiarnos. Uno de ellos, imponente, eterno, es Marco Aurelio, el emperador filósofo, el último titán de los “cinco buenos emperadores” de Roma. Gobernó en medio de plagas que diezmaban, guerras que desgarraban y traiciones que acechaban. ¿Y qué hizo? No se hundió en la tiranía, no señaló culpables para salvarse, no se dejó llevar por la ira. ¡No! Marco Aurelio abrazó el estoicismo: esa brújula de virtud, templanza, sabiduría y dominio propio que lo convirtió en faro de la humanidad.

Sus Meditaciones no son un libro, son un templo. Un refugio donde el alma se encuentra consigo misma. Marco Aurelio no escribía para las masas, no buscaba aplausos ni likes en las bodegas del odio. Escribía para sí, para pulir su carácter, para recordarse que el verdadero poder no está en dominar a otros, sino en dominarse a uno mismo. No hablaba de enemigos, sino de emociones. No justificaba errores, los asumía con grandeza. Gobernaba con la razón como espada y la humildad como escudo. ¿Su lema? El deber de liderar es un acto moral, no un circo de vanidades ni un show para las cámaras.

Contrario a las virtudes, miren el contraste que nos malgobierna, el desastre que nos toca padecer. Aquí, en nuestra Colombia, tenemos al anti-estoico perfecto: Gustavo Petro, el jefe de la mafia. ¡Qué diferencia abismal! Donde Marco Aurelio era calma, Petro es caos. Donde el emperador reflexionaba en silencio, Petro vomita su verborrea en redes sociales y en los medios públicos de comunicación, que administra uno de sus capataces, tan o más disipado y enfermo que el propio Petro: el abusador Hollman Morris. Donde uno cargaba el peso del deber con honor, el otro reparte culpas sin sustento más que el de sus delirios: el pasado, los ricos, los medios, los gringos, el fascismo, el “poder tradicional”. ¡Siempre hay un fantasma al que culpar! Marco Aurelio buscaba la armonía interior para construir un mundo en orden; Petro agita las pasiones como combustible de su cruzada política, que no es otra cosa que el odio y la destrucción. ¿Liderazgo? No, señores. ¡Caos!

El estoicismo nos enseña una verdad inquebrantable: no puedes gobernar una nación si tu mente es un campo nublado por los complejos, las drogas, el alcohol y una perorata esquizofrénica que se intensifica en momentos de agendas privadas y ausencias inexplicables. El liderazgo no es emoción desbocada, es carácter forjado en el crisol de la virtud, en el refugio del amor filial, en la tranquilidad del hogar. Pero Petro no entiende de virtudes. Su evangelio es la confrontación, su altar es la división, su sermón es el resentimiento. No construye puentes, los dinamita. No llama a la unidad, azuza el rencor. No es un servidor del pueblo, es un mesías autoproclamado que usa a Colombia como escenario de su obra de teatro personal. ¿Víctima? ¡Siempre él! ¿Salvador? ¡También él! Pero, ¿líder? Nunca.

Marco Aurelio lo dijo con claridad: “La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos.” Petro cree que la felicidad del pueblo depende de su narrativa, de su rabia, de su eterna pelea con la realidad. El emperador romano huía del ego como de la peste; nuestro presidente lo ha hecho su dios. ¡Qué tragedia, Colombia! Este no es el camino. No necesitamos mesías ni profetas del caos. Necesitamos líderes con principios, con temple, con ética. Líderes que piensen antes de hablar, que unan antes de dividir, que sirvan antes que culpar. Que tengan un solo enemigo: los delincuentes que se han apoderado del país, y que traigan unidad al resto de los colombianos, que somos en su mayoría gente trabajadora, de principios y con ganas de salir adelante. Líderes con alma estoica, que no se crean dioses, sino hombres al servicio de su patria, es lo que necesitamos. No un antihéroe al que ninguna gestión de gobierno le ha salido bien.

Hoy, el mundo tiembla bajo la sombra de ideologías que quieren torcerlo todo. La izquierda radical, con su máscara de justicia, señala a los buenos como villanos y a los villanos como mártires. Peor aún: apunta al corazón de nuestra sociedad, la familia, con discursos que disfrazan el veneno de la envidia como virtud. Frente a esa amenaza, el estoicismo se alza como un bastión. Nos recuerda que los valores no se negocian, que la virtud no es un lujo, que la defensa de nuestra patria empieza por la defensa de nuestro carácter. Porque una nación sin valores es un barco sin timón, condenado a la deriva.

Yo lo confieso con orgullo: soy un devoto de Marco Aurelio. Su vida, su pensamiento, su ejemplo, son un faro que ilumina el camino de cualquier pueblo que anhele grandeza. Llevo años clamando por una revolución del carácter en Colombia. ¡Basta de promesas vacías, de consultas populares que sean el trampolín para perpetuar al tirano en ciernes en el poder, y de remedos de reformas que no solo no transforman, sino que nos devuelven al pasado que ya habíamos superado! Lo que necesitamos es una cátedra de estoicismo en cada colegio, en cada universidad. No para crear filósofos de salón, sino para forjar hombres y mujeres de bien, capaces de enfrentar la vida con coraje, de defender la libertad con inteligencia y de construir un país con grandeza. Unos verdaderos Defensores de la Patria. Porque el cambio verdadero no vendrá de nuevas constituciones, sino de corazones educados en la virtud.

¡Despertemos, Defensores! Dejemos atrás a los anti-estoicos que nos dividen. Alcemos la bandera de la razón, de lo correcto, de la moral, de los valores, de la familia, de la autoridad. Que el legado de Marco Aurelio nos inspire a ser mejores, a ser más grandes, a ser libres. Porque una nación no se construye con mentiras ni con odios, sino con el carácter de sus hijos.

¡Por una Colombia estoica, todo por la Patria, nada sin ella!

Abelardo De La Espriella

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